Desde que estoy más al tanto de lo nuevo en la música, Fleet Foxes es uno de los grupos más hablados y reverenciados en el medio Independiente. Al salir su primer trabajo, la periodistas musicales y los seguidores del Indie quedaron encantadísimos con la nueva propuesta liderada por Robin Pecknold. Fue un respiro de aire fresco hace una década atrás ver el nuevo acercamiento tan naturalista que poseían las composiciones del grupo, mezclando unos bellos sonidos que evocan diferentes paisajes naturales con un rock alternativo suave y cargado de mucha emoción proveniente, principalmente, del coro de voces creado por la banda. Su siguiente trabajo, Helplessness Blues (2011), el cual fue algo más experimental que el anterior, fue bien recibido por la crítica, pero algunos fanáticos se sintieron un tanto decepcionados o, aunque sea, incómodos con el nuevo estilo que estaban desarrollando. Quizás, esto, aparte de los problemas personales de su líder, hicieron que no se supiera más nada de ellos (Salvo Josh Tillman, que todos lo conocen ahora como Father John Misty) hasta el año pasado, cuando Pecknold decidió reactivar el proyecto y estrenar su primer disco en seis años, Crack-Up (2017), buscando retomar las cosas desde donde las dejaron; o, al menos, pienso yo.
La verdad debe ser dicha y es que, aunque reconozco en estos momentos el trabajo que la agrupación ha realizado hasta la fecha como una de las propuestas más interesantes, he de admitir que, originalmente, no despertaban absolutamente nada en mi, llegando al punto de que no entendía qué era lo que atraía tanto de ellos. No es que ahora haya cambiado demasiado, pero sí reconozco lo bueno de sus obras. Su primer disco, con las múltiples reproducciones, me logró convencer y su continuación no tanto debido a, por lo menos para mi, la experimentación con ese trabajo, el cual, más que motivarme a reproducirlos nuevamente, me dió bastante sueño. Sentí todo más largo de lo que debía ser, siendo honestos. Por lo tanto, puedo decir que, aunque reconozco la belleza y la limpieza en los trabajos del grupo, aparte de la voz de Pecknold que, desde siempre, siento que era lo que elevaba más al conjunto, hay algo en ellos que no me inspiran oírlos todo el tiempo y que, a mi forma de ver, a través de distintas publicaciones musicales, los han elevado demasiado para lo que son.
Sin embargo, y aún con mi historia con el grupo, al enterarme de su regreso, me alegré bastante. No pregunten por qué; puede ser porque una parte de mi muy internamente los extrañaba. La cosa es que, tras reproducir "Third of May / Ödaigahara", quedé impactado con lo épico de la composición y, por qué no, consideré que era uno de los mejores singles que la banda había estrenado desde su génesis. Mi intriga fue grande, pero, con tantos discos que he tenido que oír últimamente, y con el trabajo fuerte que también he tenido, se me dificultó escucharlos en su tiempo. No fue hasta hace unas semanas atrás que lo reproducí para forjarme una opinión al respecto. Pero, la realidad, es que no supe qué decir del disco. No tenía una opinión; ni mala, ni buena. No supe reconocer qué emoción me hacía sentir, así que seguí escuchándolo de vez en cuando hasta que llegara algo que, realmente, me diera claridad a mis dudas.
Crack-Up es, indudablemente, uno de los trabajos más hermosos que he tenido el placer de reproducir este año, tomando en cuenta puro 2017 para estas entradas. Pecknold apareció nuevamente con un set de canciones que representan muy vívidamente paisajes naturales, como bosques, ríos, oceanos, montañas... junto con letras que incluyen referencias a la mitología griega y romana, como métodos de simbolizar las luchas internas que él mismo tuvo durante estos años de ausencia. Es una obra que, a mi parecer, ve al proyecto jugar con una amalgama de distintas influencias como la música Progresiva y voces que rememoran a los Beach Boys que no hacen más sino aumentar lo sublime de la obra. La voz de Pecknold, inclusive, maduró bastante al punto de notarse como si fueran dos personas a medida que el trabajo avanza. Es bastante resaltante la visión del proyecto con este disco que, en comparación a sus trabajos anteriores, y sin disminuirlos, rompe barreras dentro de su propio mundo.
Eso fue lo que, podría decirse, llamó más mi atención, pero, a su vez, hubo momentos que... no me terminaron de convencer. Lo extraño es que el trabajo, de vez en cuando, me parece un tanto forzado. La belleza de las composiciones, irónicamente, sobrecarga el disco al punto en donde me aburrió un poco o, por lo menos, noté a las canciones como más largas de lo que eran. La producción y sus detalles son pulcros, pero su excesiva belleza es su propio punto débil. Al menos, para mi, fue así. Técnicamente, el álbum no tiene nada malo, pero lo excesivo de todo es lo que lo disminuye a veces. Igual, es un disco bastante recomendable y que disfrutara cualquier persona que busque paz y confort a través de sonidos folclóricos. Prueben y pueden decirme su opinión.
Nota: 7/10
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